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viernes, 24 de octubre de 2014

"EL AMANTE LESBIANO" DE JOSÉ LUIS SAMPEDRO


Tercera Sesión de La Tragulia
sobre la lectura de El amante lesbiano / José Luis Sampedro
San Lorenzo de El Escorial, 5 de octubre de 2014


Reunidxs: Jorge, Marta, Eugenio, Juan Carlos, Fernando, Lis, Mónica, Ruth, Concha, Soledad y Carmen.

Abre la sesión Jorge señalando que esta novela de José Luis Sampedro fue escrita por el autor cuando tenía ochenta y tres años, y que a su juicio tiene un elevado contenido autobiográfico, con guiños a su actividad como archivero, que desarrolló profesionalmente; en esta obra entregaría el autor una confesión existencial, manifestándose de vuelta de todo y sin preocuparse por el qué dirán. Añade Jorge que en la narración se muestran distintos matices de las relaciones de género y de la identidad sexual.

Juan Carlos comenta que ha estado viendo un documental sobre Sampedro donde se habla de su infancia en Marruecos, por lo que es muy probable que, como dice Jorge, las escenas de la novela situadas en el país norteafricano tengan acentos autobiográficos. Acerca de su lectura, dice que hacia el final del libro hay una parte que no le gustó mucho, e incluso estuvo a punto de abandonarlo; pero al comienzo se sintió enganchado y llegó a tal punto su entusiasmo que regaló un ejemplar a una amiga; lo que más le ha gustado ha sido la parte en que se habla de los místicos árabes, asunto en el que echó en falta que el autor hubiera indagado más. Por otro lado, Juan Carlos comenta que, dado por supuesto el carácter autobiográfico de la obra, los detalles sobre Marruecos, la infancia del protagonista y sus paseos por aquellos parajes, hacen la novela más interesante. También indica que Sampedro nos recuerda que la delicadeza y la sensibilidad son sentimientos humanos, y por ello su exhibición en hombres no debe percibirse como una mella en la hombría; al hilo comenta Marta que hay que establecer otras diferencias en la definición entre hombre y mujer, y Juan Carlos sugiere que en el término “lesbiano”, destacado en el título, se enseña esa intención desmitificadora del autor, a lo que Lis subraya que siempre le ha llamado la atención este título. Juan Carlos confiesa que le inquietaba la sumisión del protagonista, ya que personalmente le repulsan las muestras de docilidad, aunque recuerda que en determinadas situaciones uno no puede evitar doblegar ante las circunstancias; pero lo distingue del masoquismo o de cierto misticismo tortuoso cargado de martirio o autoinmolación, a lo que Soledad opina que es muy desagradable la humillación, y por eso lo son las escenas del libro en que el protagonista se denigra. Jorge destaca un pasaje de sacrificio y lee un fragmento donde el narrador asegura que renunciar a la libertad, ha hecho libre al monje; en otro lugar del libro se menciona la tradición sufí que dicta que el dolor sirve al individuo para descubrirse a sí mismo. A ello añade Juan Carlos que en las pruebas físicas y deportivas como el marathón, la fatiga hace al sujeto alcanzar cierto momento de éxtasis, que puede equipararse a la entrega de la voluntad propia a otra persona o fuerza ajena; Soledad insiste en que no entiende que la sumisión produzca placer en alguien y Mónica recuerda que el esfuerzo crea adicción.

Lis confiesa que, puesto que ha sido Jorge quien eligió el libro, lo buscaba a él en su lectura, porque cada cual puede ser identificado en los libros que le gustan; y cree haberlo encontrado en el diálogo entre el protagonista y Dios, cuya dialéctica considera “muy de Jorge”, a lo que éste confirma que tomado el libro como una confesión vital de Sampedro, él se siente muy identificado con sus ideas. Respecto a su lectura, Lis confiesa que le costó meterse en el libro, que no lo entendía; que la estructura como una recopilación de la vida del protagonista no le aclaraba si éste estaba muerto o enfermo; pero la relación entre él y Farida la enganchó, y veía que lo que pasaba entre ambos era una culminación de la experiencia del narrador con su familia enrevesada, de la que recopila deseos y frustraciones y trata de llevarlo a la práctica con esa mujer; para Lis es una manera que tiene el personaje de aceptarse a sí mismo, reconociéndose en su familia y en el entorno de ésta. Jorge señala que el protagonista estuvo reprimido durante toda su vida, por no poder establecer esos matices a su sexualidad, y por eso considera que la novela es una invitación del autor a vivir tu vida como quien realmente eres o te gustaría ser. Lis se pregunta entonces si el protagonista estuvo realmente con Farida o no, y Jorge contesta que sólo tuvo un leve contacto con ella cuando él tenía trece años. Carmen indica que a su juicio sobran páginas para contar eso, y que la novela no es muy literaria en el sentido de que los personajes no son sino arquetipos; Jorge defiende el carácter docente de la obra, acorde con el autor, y Lis indica que el desfile de personajes puede ser utilizado como un rol de modelos psicológicos. Por último, Soledad cita un texto donde resalta cierta cursilería, que le parece una prosa menos depurada que la del siglo XIX.

Mónica lamenta que a lo largo de la novela se repitan constantemente determinadas nociones y que, salvo la historia del padre, gran parte de los contenidos sean algo superficiales. Dice que le han gustado mucho otros libros de Sampedro que ha leído -como La vieja sirena, La sonrisa etrusca o El río que nos lleva; de este último, destaca unas partes muy bien construidas, aunque mantiene que no profundiza demasiado en los personajes-, pero de éste sólo resalta la parte en que habla del padre, la comparación entre paloma y leopardo y demás; el resto le parece muy repetitivo, y añade que da la impresión de que el autor ha cogido un manual de psicología y ha hecho un perfil de diagnóstico. Indica que quisiera volver a leer La vieja sirena, o Real sitio; porque Sampedro le parece un buen escritor y un hombre muy coherente y valiente, aunque cree que en esta novela se ha rallado un poco. Finalmente dice que ella ya se había leído El amante lesbiano hace muchos años, pero esta segunda lectura le ha decepcionado; a ello replica Jorge que a él le ha gustado más la nueva lectura realizada, y Mónica añade que ya la pasó lo mismo con El perfume.

Ruth dice que no le ha gustado la novela, que tuvo la misma sensación de vacío que la invadió cuando leía nuestro anterior libro. Dice que desde el comienzo no la enganchó, que al principio pensó que eran los capítulos iniciales y después cambiaría, pero no hubo cambio; que lo que leía no le resultaba verosímil, y destaca además el aspecto negativo de una escena en que, para sentirse mujer, el protagonista se pone tacones y medias y limpia la clínica; cree Ruth que esta imagen de la mujer es denigrante, a lo que Jorge replica que no es una imagen de la mujer, sino el papel de sumisión que el protagonista anhela representar.

Concha confiesa que ha estado la última semana en la playa y se llevó varios libros entre los cuales no estaba el Sampedro; pero ha disfrutado de André Gide, de su Ferdinand, del que dice que es una excelente novela erótica. Acerca de la obra que tratamos, Concha indica que empezó a leerla pero no se sintió atraída: dice que usa demasiadas frases cortas y que cuenta cosas que no despertaron su interés.

Soledad recuerda que hasta cuatro días después de su reciente fallecimiento, y por propia voluntad del autor, no se hizo público el óbito de Sampedro. Sobre la novela asegura que hay un tono muy opresivo en toda ella, principalmente cuando aparece la madre, y que el protagonista “saca a sus muertos” para liberarse, durante el segundo que transcurre antes de extinguirse, liberándose así mediante esa experiencia onírica. Para Soledad hay en esta novela unas carencias cuya presencia hace brillar especialmente a muchas de las grandes novelas del siglo XIX; además, no comparte la idea de sometimiento que expone el autor, y considera que se puede sacar el lado femenino de un hombre sin recurrir a la sumisión femenina. Al hilo, recuerda la serie de Las sombras de Grey que acaba de alcanzar tanto éxito de ventas, y que tiene una lectura muy fácil donde se refleja también esa relación de poder, pero con el resultado de mayor verosimilitud que en Sampedro. Soledad concluye que ha tratado de meterse en el personaje sin conseguirlo, a lo que añade Lis que hay un detalle sobre la sumisión que debe destacarse y es el hecho de que la felicidad de la tía del protagonista, mujer muy independiente durante toda su vida, se alcance al sumergirse en el matrimonio; ante ello se pregunta Soledad por qué para sentirse mujer hay que remitirse a esa mansedumbre, y considera que el protagonista toma la referencia de su padre como hombre gustoso de ser sometido para justificar su propio ansia de liberación, ante lo cual se nos plantea la duda de si la vida de los personajes que giran en torno al protagonista es real o imaginación de éste, a lo que Mónica recuerda que es un recurso de nuestra cultura el tomar el arrobamiento frente a la muerte como campo para la revelación de las verdades absolutas; en este debate, Lis opina que el personaje del padre expone su vida verdadera, mientras Carmen considera que es el protagonista quien proyecta su propio yo sobre aquellos a quienes encuentra durante su trance.

Carmen señala que el comienzo es malísimo, todo resulta muy obvio y da la impresión de estar escrito con ingenuidad, vertiendo el autor opiniones en vez de destilar literatura, ya que expone sus propias teorías en torno a distintos asuntos; entonces Lis indica que el protagonista pone en práctica una parte de esas teorías, las referidas a las relaciones sexuales, con Farida. Carmen insiste en que algunas expresiones tienen un lenguaje que pretende ser literario sin conseguirlo, y que tal vez el tema sorprendiera en su momento, pero que ahora ha perdido actualidad, que está muy manido. Acerca del contenido, dice que es de manual, no auténtico, con muchos tópicos, y que un moribundo con esos razonamientos tan docentes no es creíble; sobre la distinción entre sexo y género, señala que en su opinión no lo hace bien, que abundan los tópicos sadomasoquistas y suena a antiguo y rancio, que la novela aburre por eso. Por último, acerca de la forma en que está compuesta, Carmen indica que es demasiado expositiva, y que el lenguaje tiene tintes cursis cuando trata de ser lírico.

Jorge apela a la subjetividad del erotismo y a la relatividad del tiempo, y manifiesta que la dominación es un fenómeno que está en nuestra vida cotidiana (a propósito de lo que se pregunta quién no ha jugado con unas esposas en la cama). Añade que Sampedro escribió esta novela cuando “ya no tenía vicios, sino manías”.

A Marta no le ha gustado la novela, pero dice que se deja leer. Dice que habla de las capas que cada unx de nosotrxs tiene, y que se manifiestan sobre el resto en función de donde nos encontremos; así, el protagonista es un ser muy pudoroso que al final del libro consigue liberarse de sus capas. Marta señala que en esta cuestión de disfraces y tapujos, el cambio en los roles de la pareja es básico, ya que existe una gran confusión entre los lados femenino y masculino, a lo que Lis añade que cada cual forma parte de un equilibrio determinado y Fernando lamenta que el estereotipo de la mujer para la feminidad en el hombre dé como fruto el travestismo, a lo que Jorge añade que en las escenas de la clínica se formulan otras variantes de los roles de sexo y género, y se abre debate sobre los roles y tópicos en torno a la sexualidad, donde Mónica destaca que no hay que olvidar la influencia del nivel educativo en el desarrollo sexual.

Eugenio comenta que a través del personaje del padre ha llegado al poeta turco del siglo XVI Fuzulî y a su poema Leylâ y Mecnûn, cuya única edición en castellano que él sepa corrió a cargo de Editora Nacional en 1982; añade que ha conseguido un ejemplar en una librería de viejo. Acerca del carácter literario, cree que tratando el tema de la dominación, el autor debería haberse esforzado por situarse a la altura de Sade, y destaca que una novela anterior de Sampedro, algo olvidada, como Octubre, octubre, alcanza un nivel más literario. Por último, Eugenio, algo consternado, dice que durante su lectura, que abandonó sin llegar al último tramo del libro, temía el momento en que llegaban los diálogos, porque a su juicio son “horribles”.

Finalmente, convocamos próxima sesión para el 14 de diciembre, cuando comentaremos nuestras lecturas de Las afinidades electivas, de Goethe.

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