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viernes, 28 de abril de 2017

"TRÓPICO DE CÁNCER" DE HENRY MILLER















9 de abril de 2017: Trópico de Cáncer / Henry Miller

Reunidxs: Marta, Jorge, Ruth, Francisco, Mónica, Eugenio y Carmen.
Comenzamos haciendo homenaje al hambre sufrida por el protagonista del libro, y evocamos para ello un menú cuyos componentes no aparecen en la mesa que hoy hemos preparado: pollo con pimientos, churros con chistorra (a propuesta de Carmen, que asegura haber presenciado su existencia) y sandwich mixto con café, éste según testimonio de Mónica y Marta, que aseguran haber tenido constancia de su existencia: la primera como espectadora y la segunda de modo activo; al menú añade Francisco un bol colmado de grasas, que recomienda idóneo para las resacas. Tras este tributo, Carmen comenta que el protagonista del libro le ha parecido un gorrón, Mónica lo califica de vividor y Francisco puntualiza que no lo ve en el sentido truhán clásico de nuestra cultura, inmortalizado en un estribillo que cantara Julio Iglesias.

Eugenio abre la sesión lanzando varios conceptos sugeridos por la lectura de Trópico de Cáncer: el primero de ellos es “literatura consolatoria”, ante el cual Carmen acuña un término derivado, “romanticismo de la penuria”, que define como una justificación del hambre y la miseria en aras de un grandioso objetivo: ser escritor. A ello indica Francisco que estas penurias de corte bohemio no siempre reciben la recompensa del reconocimiento, y Carmen señala que a Miller se le nota mucho la presunción de ser un elegido, ante lo que Francisco disiente considerando que tal es una naturaleza acorde con la personalidad del autor y no con su deseo de ser famoso o tener éxito como escritor. Mónica añade que el protagonista podría haber ido a Londres a trabajar, tal como ella vivió que hizo gente de su generación, que marchaban a la capital inglesa con intención de aprender el idioma y pasar diversas penalidades, y luego Eugenio expone un segundo concepto extraído de su lectura (“misticismo pulsional”); para explicarlo, menciona la concentración de energía vital en los sentidos y en el instante, lo que Jorge interpreta como una fe en lo divino cuando interesa a quien la posee (“Creo en Dios cuando me sale de los cojones”); Eugenio señala que el hambre sería la mejor manera de mostrar la inmediatez de las necesidades del protagonista, y evoca la relación inicial con Sylvestre, quien sale todas las mañanas a desayunar fuera para no tener que invitarle; al hilo, Mónica evoca que durante su estancia como profesor de inglés en el Liceo, el narrador lamentaba que el desayuno se sirviera a la hora en que la cama empieza a estar caliente, y Marta recuerda que la historia se sitúa en el periodo de entreguerras, que fue una época de juerga loca al tiempo que de terrible penuria, ante lo cual nos preguntamos el momento exacto en que Miller escribió este libro, situándolo en los primeros años de la década de los treinta (dice Mónica que la fecha de publicación es 1934), advirtiendo que el autor pudo haber llegado a París huyendo de la Gran Depresión, ante lo que Carmen insiste en que el objeto de Miller de hacerse un escritor de éxito y para ello no duda en polemizar y escandalizar a la sociedad del momento.

Eugenio apunta que le ha parecido magistral el texto de varias páginas donde el narrador habla de las sensaciones que le provoca la obra de Matisse, y a continuación lee un fragmento extraído del Diario de Anäis Nin donde la autora describe a Miller en aquellos tiempos en que estaba redactando esta novela; lo que más destaca de esta descripción, es la profunda curiosidad que sentía Miller hacia el más mínimo detalle, ya fuera en la forma de un objeto o por los deseos íntimos de cada persona. Mónica señala que el protagonista de la novela busca la sordidez, tal como se ve cuando está en Dijon, el pueblecito donde trabaja como profesor, y se interesa por encontrar un rincón en el barrio más marginal donde sentirse a gusto. A propósito de Anäis Nin, Ruth se pregunta cuánto de cierto habrá en aquel famoso triángulo amoroso de ellos dos con la mujer de Miller, que en la novela se llama Mona y en vida real fue June; Ruth comenta que el dinero empleado por el autor para desplazarse a París desde Estados Unidos, lo consiguió gracias a un amante de June, lo que matiza Eugenio señalando que en el Diario habla Nin de los celos que Miller sentía hacia una mujer que vivía con ellos, y que seguiría viviendo con June una vez que Miller emigró; pero según cuenta Nin, June aseguraba que no existía relación sexual entre ellas, que todo eran obsesiones de Miller. Por último, y tras hablar sobre un tercer concepto al que no da nombre pero define como antecedente lírico del existencialismo, Eugenio señala que se ha divertido mucho con las anécdotas que narra la novela, sobre todo con la historia final en la que el protagonista logra hacerse con todo el dinero de Fillmore, uno de los últimos ociosos que lo mantienen; en torno a ello recuerda Marta que para aliviar a éste de la enfermedad nerviosa que sufre, le van extrayendo todos los dientes, a lo que Ruth recuerda que ésa era una práctica común en el tratamiento de la locura, por aquellos años, y Mónica hace patria mentando el granito como emisor de radiaciones beneficiosas contra las patologías mentales, lo que ha producido que en ciertos lugares donde este mineral abunda, haya crecido una población singular; Jorge subraya que lo que emite el granito es radón, y que este gas afecta de manera distinta en función del sexo del paciente: a los hombres mal y a las mujeres bien.
A Mónica le ha gustado la estructura de composición que sigue Miller, alternando la narración de anécdotas con las reflexiones personales de carácter vitalista, «aunque no optimista»; le ha llamado especialmente la atención que utilice un término como “trepar” (aunque pueda ser producto de la traducción de Carlos Manzano…) para hablar del momento cuando ellos toman contacto físico con una mujer, ya que parece que están coronando montañas; y aunque en la mayor parte de estas escenas dominan el componente vulgar, la obscenidad y la grosería, Mónica destaca el momento en que el protagonista está con Mona, escena a la que encuentra un punto romántico, pese a suceder que han de abandonar un hotel por una invasión de chinches: pero expresiones como “temblando de deseo por mí” elevan la categoría del tratamiento de las relaciones sexuales que se da en el resto de la novela. También se hace eco Mónica de la historia del hindú y el bidé, y a continuación lee un fragmento donde Miller hace apología del éxtasis, símbolo del disfrute de la vida, del vitalismo que Carmen identifica con vivir el presente y a Mónica hace rememorar la experiencia de quien viaja hacia la carencia sin necesidad de hacerlo, sólo por ciertas ganas de malvivir que le impulsan al abandono del confort en que se ha criado; también menciona el pasaje en que el protagonista narra sus recuerdos de vida en Estados Unidos, cuando él y un colega acuden a pedir ayuda a una sinagoga y se la niegan por no ser judíos, a lo que Carmen replica que ellos pretendían sobrevivir sin aceptar los horarios y responsabilidades de un trabajo, y Jorge evoca a los ninis y lo refuerza con la historia de un colega suyo que vive a caballo entre Huesca y Alcorcón, y a sus cincuenta años no ha cotizado nunca. Entonces Ruth cambia de tema y recupera la figura de Anäis Nin, de quien dice que Miller la conoció después de escribir esta novela y que ella le prestó su ayuda para que lograra editarla; también indica que el personaje de Fillmore está basado en un amigo abogado que posibilitó que ambos escritores se conocieran. Entonces Carmen aporta la lectura de la contracubierta de su ejemplar de Cátedra, edición de Bernd Dietz, donde se señala que el autor no buscaba escandalizar al público tanto como mostrarse en el choque de corrientes vitalistas del momento, con el nihilismo de fondo, también en boga, a lo que Eugenio opina que Miller tuvo contacto con el nihilismo cuando llegó a Europa, y entonces lee un párrafo del mismo estudio introductorio de Bernd Dietz donde se menciona la admiración incondicional que sentía Miller hacia Whitman; Eugenio señala que durante toda la novela, tal como en el Diario apunta Nin que sucedía realmente a Miller, éste muestra su entusiasmo por la literatura de Dostoievski y Proust, pero sin tratar de imitarlas cuando escribía, y que sólo al final de Trópico de Cáncer hace un panegírico de Whitman, a quien eleva por encima de todos los autores que ha ido mencionando; recuerda Mónica que cuando habla de Whitman, Miller lo compara con Goethe y afirma que el alemán es el escritor cumbre de la cultura europea, pero que esta cultura ha entrado en decadencia y está siendo destronada, de la misma manera que Europa ha dejado de representar la vanguardia social y económica: dice Miller que Goethe es culminación, pero Whitman es el comienzo.

Marta lanza entonces una pregunta sobre la vitalidad, cuestionando si ésta puede referirse a una fuerza deseable, a la confianza en uno mismo que posibilita estar satisfecho aun cuando se sea mediocre o desconocido, y cita a Bukowski en aquella expresión que reza “Busca lo que te gusta y deja que te destruya”, que Francisco corrobora. Al hilo, Jorge señala que el hedonista colega suyo de quien acaba de hablarnos, tiene un discurso coherente y son coherentes sus actos con ese discurso, y Mónica insiste en recordar los viajes que se realizan sin intención turística o de ocio, sino que forman parte del desarrollo existencial de quien los lleva a cabo, a lo que Eugenio añade la feliz imagen de la pionera serie de televisión Vacaciones en el mar como publicidad de los cruceros, y Carmen invoca las imágenes convertidas en tópico, como el caso de las pautas para una vida bohemia que a su juicio sigue el libro: en este sentido, a ella no le parece nada original la obra de Miller, y pone a Kafka como ejemplo de una literatura que sin necesidad de usar tropos ni convenciones, resulta atractiva y sorprendente; por último, Francisco menciona a Pessoa, como creador de un universo personal por encima de cualquier lugar común.

Ruth señala que el libro no le ha gustado, principalmente por el trato que se da en él a las mujeres, y como ejemplo recuerda que a la vuelta de su frustrante experiencia docente en Dijon, al protagonista le ofrece su amigo una chica que tiene en esos momentos en la cama, por si le apetece treparla; Carmen apunta que los personajes masculinos siempre están faltos de dinero y probablemente son todos muy feos, de manera que no les quedan otras opciones de relacionarse con mujeres, y Eugenio contempla que esa relación exclusiva con prostitutas como única posibilidad de la novela, ya es advertida al lector por el narrador, cuando éste se encuentra con la chica polaca de origen irlandés que le pide ayuda y se le arrima, y de la que huye despavorido al comprender que no pertenece a su mundo. Con ello, Carmen insiste en que el protagonista ya podía haber escrito el Quijote, que en ningún momento se comporta como un hombre interesante, y Ruth a continuación recuerda la constante presencia de las purgaciones, frente a las que no parece haber defensa posible salvo ―como señala Mónica― la higiene, de la que el bidé es todo un símbolo en estas páginas; lee entonces Eugenio una frase del Diario de Anäis Nin donde cita textualmente a Miller, quien al parecer afirmaba que le gustaban las prostitutas porque “se lavan delante de uno”. Por último, Ruth se interroga sobre la noción de vitalismo, y Francisco insiste en que éste no consiste desde luego en hacer deporte ni llevar una vida sana para vivir cien años, pero Ruth advierte que el protagonista desdeña la vida en común, quizás por creerse demasiado especial para igualarse a los demás en el trato; Carmen dice entonces que él tiene la creencia de que llevar una vida normal lo castraría para el arte, tal como sucede con quienes sólo se relacionar socialmente en entornos literarios; ante esto comenta Eugenio que es muy significativa la mentalidad de acomodo que muestra el narrador cuando está trabajando de corrector, aunque Carmen recuerda que está deseando abandonar el trabajo y Mónica señala que la gran mayoría nos integramos en la sociedad obligados por el cumplimiento de compromisos laborales o comerciales; recupera entonces Francisco el debate sobre el precio de la cultura y Eugenio establece diferencias entre una cultura que se oferta y otra que es ofrecida por aficionados, a lo que Carmen recuerda que el protagonista se sale del sistema pero sólo para lo que le interesa y está obsesionado por ser célebre, y Marta replica que siempre debemos buscar una finalidad trascendente en lo que hacemos.

Jorge, tras demostrar su vocabulario en materia de sostenes, comenta que ya había leído Trópico de Cáncer hace muchos años, y que le gustó; pero en esta nueva singladura emprendida ahora se ha quedado a medias, pues no conseguía conectar con el tono. Al hilo comenta Carmen que quizás si hubiera tenido paciencia y hubiera llegado a la segunda parte, que es menos dispersa, le habría enganchado, y Mónica señala que una anécdota muy curiosa es cuando el narrador se hace un planin de amistades que le dan de comer para quedar con ellas en distintos días de la semana, de manera que pudiera comer todos los días sin importunar a nadie más de una vez por semana. A Marta también le ha parecido que el libro tiene dos partes, y la segunda es más interesante por las reflexiones que tiene, en torno al trabajo o a los asuntos cotidianos, siendo la primera parte una amalgama de impresiones sueltas, a lo que Carmen añade que la primera parte no está bien escrita y las historias son más sórdidas, señalando que eso le recuerda lo que decía Julián Marías respecto a la dificultad de escribir sin narrar historias concretas. Eugenio comenta que al parecer Miller ya trataba con Nin cuando estaba escribiendo Trópico de Cáncer, y que a juzgar por lo que ella escribió en su Diario, quizás su influencia fuera determinante para que Miller terminara enfocando con más precisión lo que escribía. También lamenta Marta el trato que el narrador da a las mujeres que aparecen en la novela, lo que a Francisco sugiere un imperativo ladino que dicta: “Emborráchala y compórtate como un hombre”.
Carmen insiste en que el vitalismo es vivir el presente, que es lo que hace el narrador perdiéndose por las calles de un París que, a su juicio, es el protagonista de la novela, a lo que Eugenio comenta que el espacio siempre es el inspirador de la literatura y Ruth recuerda a la princesa rusa que cuenta sin descanso cómo se suicidó arrojándose al Sena. Acerca del protagonismo de París, Carmen señala que el autor proviene de Nueva York, pero la capital estadounidense no es una urbe tan bohemia como la francesa, y esto es lo que a él le interesa; Eugenio comenta que quizás Nueva York sea una ciudad demasiado mecánica para el vitalismo de Miller y Francisco señala que hasta después de la Segunda Guerra Mundial no puede hablarse de que Nueva York sea la capital cultura de nada, porque su conversión fue posible gracias a los europeos emigrados y refugiados que huyeron del viejo continente. A continuación hacemos un acopio de calificativos en torno a la ciudad de los rascacielos, y con estos altos vuelos damos por concluida la sesión.

Para la próxima, elegimos Insolación de Emilia Pardo Bazán, tras intensa pugna en la que se impone a El paseo de Walser y Oblomov de Goncharov, por amplio margen pero en segunda vuelta. En la primera quedaron a las puertas: Justine de Lawrence Durrell, Hamlet de Shakespeare, La hora violeta de Montserrat Roig, Demian de Hesse y Brillan monedas oxidadas de Juan Eduardo Zúñiga. Hablamos de volver a cambiar el sistema de votación, para que al menos una vez cada dos años cada unx pueda elegir lo que vamos a leer...

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